Cuántas veces escuchamos que exageramos, que la sociedad cuida y valora a las niñas, adolescentes y mujeres, que son entendidas y arropadas.
Hoy compartimos una historia real de temas normalizados, una historia narrada de la voz de una madre desesperada pidiendo ayuda para la protagonista: su hija adolescente de 16 años, a la que llamaremos María para proteger su identidad y privacidad.
Una adolescente aterrorizada e insegura, sola e incomprendida porque siente que su situación actual no le importa a nadie. Rodeada de miedos, por lo que le sucediese y también porque sus padres y su entorno la juzgasen.
Su historia empezó poco antes de la llegada de la pandemia. Un joven un año mayor que ella, le pidió para tener una relación de pareja meses atrás. La respuesta de María fue negativa, da igual los motivos, simplemente no quiso una relación más estrecha con un joven que tal y como ella relataba: "solamente conocía de cruzarse por los pasillos del instituto".
A partir de ese momento, empezó lo que ella decía como su "tortura silenciosa". El joven insiste, la persigue, la llama de forma insistente.
Esto es acoso, no solo físico sino también virtual; según él, lo hace porque si es extrovertida, divertida y habladora con todo el mundo, también tiene que serlo con él, ya que con palabras textuales: "Él es el que más vale".
Esta situación solo ha empeorado en la insistencia del chico y en el miedo de María; quien además se siente abandonada por un entorno que hasta hace poco no sabía como apoyarla y solamente la acompañaban diciendo que esto son chiquilladas, enamoramientos, estupideces a las que no hay que prestar atención porque ya se pasarán.
Ignorar esta situación no es una solución, ignorar a una persona que sufre, tampoco lo es. Criticar y juzgarla no es una opción.
Ella se sentía culpable porque creyó que era cosa suya o que igual debería de haberle dado una oportunidad. Se sentía culpable por ser ella misma, por tomar decisiones y por decidir con quién se relaciona.
María se autoconvenció que estaba haciendo un drama de esta situación porque en su entorno la llamaban exagerada. Aunque se convenció de ello, sus sentimientos de culpa, miedo, ansiedad, abandono y soledad, crecieron y cada vez se volvieron más persistentes.
No puedo dejar pasar por alto un matiz muy importante; no son chiquilladas, es violencia normalizada y disculpada por la edad de ambos.
La violencia siempre es violencia, no hay que restarle valor; hay que actuar, hay que apoyar. Pero también hay que prevenir estas situaciones escuchando, validando, acompañando, cuidando y educando para que episodios como estos dejen de existir. Para que ninguna adolescente tenga que vivir oprimida, con miedo e invisibilizada.
Es necesario dedicar tiempo a conocer la emocionalidad de cada niña y adolescente. Porque lo que sienten siempre es válido, siempre merece un lugar y siempre es importante.
Educar para conocerse, para entender y conocer sus emociones, para deconstruirse, para crecer sin etiquetas, miedos y o/ juicios, educar para cuidarse, para ser ellas mismas en cada momento solamente de este modo hay conocimiento, seguridad y crecimiento de verdad. Son necesarios espacios donde esto sea una realidad, por eso desde Semillas les damos voz, lugar y proporcionamos estos espacios donde puedan ser escuchadas y aprender de ellas.
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